Homilía Misa Aniversario de los treinta años del encuentro de San Juan Pablo II con los trabajadores.

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Evangelio según San Juan 12,1-11.

Seis días antes de la Pascua, Jesús volvió a Betania, donde estaba Lázaro, al que había resucitado. Allí le prepararon una cena: Marta servía y Lázaro era uno de los comensales. María, tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se impregnó con la fragancia del perfume. Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que lo iba a entregar, dijo: "¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?". Dijo esto, no porque se interesaba por los pobres, sino porque era ladrón y, como estaba encargado de la bolsa común, robaba lo que se ponía en ella. Jesús le respondió: "Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura. A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre". Entre tanto, una gran multitud de judíos se enteró de que Jesús estaba allí, y fueron, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado. Entonces los sumos sacerdotes resolvieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos se apartaban de ellos y creían en Jesús, a causa de él.
Palabra del Señor   

Hace treinta años, un día como este nos reuníamos en este lugar, quizás muchos de ustedes como yo, y fuimos testigos y protagonistas del encuentro del  Papa Juan Pablo II con el mundo de trabajo.
Las columnas llegaban de distintos lugares y poblaron este lugar. Era el momento de encontrarse con el Pastor que años antes había venido a traernos el consuelo de Dios ante el dolor de una guerra absurda y desalmada.
Pero en aquel año 1987 venía como enviado, como pastor y profeta a encontrarse con el mundo del trabajo y para invitarlo a re-enamorase de su lugar, único  e indispensable.
“¡Muéstrense dignos de este llamado! Sean siempre conscientes de su dignidad de trabajadores y argentinos, y colaboren con todas las fuerzas vivas del país, para hacer frente, de manera solidaria y constructiva, a su compromiso como ciudadanos y como cristianos”.
Sí, el trabajo es una vocación, recordó con cariño su etapa de trabajador en las canteras, de lo cual no se avergonzaba sino que, al contrario lo ayudó a descubrir que el trabajo es: una “vocación” o llamado que eleva al hombre a ser partícipe de la acción creadora de Dios. Es el medio que Dios ofrece al hombre para “someter” la tierra, descubrir sus secretos, transformarla, gozarla y de este modo, enriquecer su propia personalidad.
Por eso con firmeza denunció: “cuando el mundo socio-económico se organiza en función exclusiva de la ganancia, las dimensiones propiamente humanas sufren detrimento.
El trabajo construye la sociedad y une a los hombres: “El trabajo tiene una característica propia que, antes que nada une a los hombres, y en esto consiste su fuerza social: la fuerza de construir la comunidad”
Comunidad que se gesta desde sentimientos hondos y que se expresa a través de la solidaridad como modo de: “abrir espacios a la persona: humanizar el trabajo, buscar la justicia social y el bien común. Donde se encuentre un padre o una madre de familia que por sus circunstancias no puede cumplir la responsabilidad de ganar el sustento para vivir dignamente con los suyos, ahí debe también llegar la solidaridad de los hombres y mujeres trabajadores”.
Solidaridad que lleva a la asociación”, y así le decía a los sindicatos: “los frutos de su asociacionismo deben ser siempre constructivos. La gran meta del sindicato ha de ser el desarrollo del hombre, de todos los hombres que trabajan...

Mirando a los jóvenes que están aquí siento que lo que dice el tango “Volver”: que “veinte años, que treinta años no es nada”, nos son verdad; y también una cierta vergüenza al constatar que estas palabras de Juan Pablo II son de profunda actualidad para el hoy de nuestra Argentina; con los matices propios del tiempo transcurrido en estos treinta años. Surge entonces la pregunta ¿qué nación les construimos en todos estos años? ¿Qué se nos perdió en el camino, qué eslabón no pudimos enganchar y se nos quedó suelto, de manera  que nos condujo a esta situación de abismo?


Quizás la Palabra de Dios en este lunes santo nos muestre una pista.  Entramos en la Semana Santa de Jesús; y poco a poco se va definiendo la escenografía; no la de los lugares sino la de los sentimientos más hondos de los distintos personajes. Ayer el pueblo lo aclamaba, ese mismo pueblo que en tres días lo condenará. En este lunes hay dos palabras que empiezan a jugar como expresión de sentimientos profundos que se transformarán en opciones. Una palabra es “unción” María, una mujer sencilla, parte del pueblo reconoce a Jesús como aquel que ha sido enviado por Dios para traerles una esperanza, para devolverles una razón por la cual vivir, para defenderlos de las agresiones y de la prepotencia de mal. En el perfume que derrama sobre Jesús está reconociéndolo y depositando sobre toda su confianza y esperanza; esperanza que no será defraudada.
La otra palabra es “traición”. Judas empieza a elaborar su traición. Se queja del gasto que hizo María con el perfume de Nardo, con el cual bañó los pies de Jesús, aludiendo a la necesidad del pueblo; en realidad, no quería que se hiciera ese gasto, quería el dinero para él … “era ladrón” dice la Biblia.  Comienza la traición, porque la traición siempre comienza a germinar cuando el egoísmo, el propio interés están por encima del bien común. Judas  traiciona a su maestro, traiciona al pueblo y se traiciona así mismo. La traición tiene siempre una doble cara porque se vuelve encima del traicionero, la vida termina pasando factura. Dios perdona siempre, los hombres algunas veces; la vida nunca.
Es traicioneramente egoísta un sistema que priva a millones de hombres y mujeres de la dignidad de ganarse el pan y proveer a las necesidades de su familia. Este sistema está cometiendo un doble crimen, ante todo contra quienes des-ocupa, como si fuesen “descartables”, al negarles lo mínimo para afirmar y desarrollar su vida en plenitud; y al mismo tiempo, porque no tiene garantías de futuro un sistema que no puede ayudar a construir desde un presente digno la vida de quienes viven o sobreviven en él.  
Los sistemas no nacen de la nada, lo construyen personas. A Jesús lo condenó el sistema político y religioso de ese momento y ese sistema tuvo nombres, rostros, personas que decidieron. Ningún sistema es etéreo, está formado por hombres y mujeres concretos, por tantos Judas, Pilatos y Herodes, que hoy tienen otros nombres, y son los que traicionan, se lavan las manos o son tibios. El egoísmo y la consiguiente traición están siempre agazapados y al acecho de nuestro propio corazón, y de la vida de nuestros hermanos.
Se habla mucho de la grieta, yo prefiero hablar de heridas. La grieta si bien nos puede afectar está fuera de nosotros, la hacen otros. Las heridas son de todos. Precisamos sanar las heridas de nuestros corazones, la herida del egoísmo, la herida de la ambición, la herida de la corrupción, la herida de la indiferencia, la herida del cortarnos solos, la herida de usar al pueblo, la herida de no reconocer que muchas de nuestras responsabilidades sociales no son eternas; como el sachet de leche o el yogurt tiene fecha de vencimiento; y por supuesto sanar la herida más grande de no ver las heridas. Que la traición no malogre la unción.

Hoy queremos honrar la memoria de San Juan Pablo II. El recuerdo siempre es bueno cuando nos compromete, nos ayuda a rencontrarnos, nos despierta y nos abre horizontes.
Queremos seguir apostando al trabajo como la fuente de la dignidad de la persona y la única posibilidad de crecimiento de una sociedad sana. “¡si no hay trabajo esa dignidad está herida! Cualquier persona sin empleo o subempleada corre, de hecho, el peligro de que la sitúen al margen de la sociedad y de convertirse así en una víctima de la exclusión social”.
Esperemos que estos chicos no tengan que pagar las facturas de nuestras inconsistencias y malas decisiones siendo los próximos excluidos a menos que sus mayores hayan acumulado para siete generaciones.

Toda persona necesita del trabajo para reafirmar su dignidad, y esto convierte al trabajo en un derecho. El trabajo es la base, pero no es todo. Los argentinos que tienen trabajo necesitan además una vivienda y la posibilidad de brindar educación y salud a sus hijos; éstas son las “tres T” de la que nos habla el actual Papa Francisco, y sólo desde aquí podremos alcanzar la tan nombrada “igualdad de oportunidades”.
Un pueblo que encuentra respuesta a sus derechos y necesidades es un pueblo en armonía y un pueblo en Paz.
Eso nos pidió Juan Pablo II hace treinta años y es, lo que en este día, le pedimos al él como Santo, como intercesor: un corazón integro, un corazón generoso y solidario, que sucumba a la tentación de la traición egoísta y sea capaz de pensar en otros hermanos, en todos.
A Dios se lo pedimos con urgente necesidad: un corazón nuevo para una nación nueva, donde todos vivan con esfuerzo, con alegría y con esperanza la vocación de transformar el mundo con el trabajo y desde el trabajo. Con el poeta queremos decir: “Que no nos falte el trabajo ni las ganas de soñar que el sueño traiga trabajo y el trabajo dignidad”

Mons. Eduardo García
Obispo de San Justo




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