Todos conocemos muy bien el sufrimiento y el dolor.
Quienes han perdido a un ser querido lo han experimentado en toda su
profundidad. Si quisiéramos enumerar los motivos para no estar alegres,
seguramente los encontraríamos con mucha rapidez: desde el levantarse todos los
días a la misma hora, pasando por pagar las cuentas y llegar a fin de mes, las
injusticias sociales, hasta la enfermedadpropia o de alguna persona a quien
amamos.
El dolor muchas veces nos transforma y nos marca, sin
embargo no sucede lo mismo con la alegría: llega, la celebramos, la vivimos y
la dejamos escapar quedándonos muchas veces con la nostalgia de lo que ya terminó.
Creemos que la alegría tiene que surgir de manera espontánea a partir de
cosas que nos suceden: una mejor oportunidad de trabajo, un ascenso que no
esperábamos, un regalo sorpresa, la llegada de alguien que amamos, un resultado
por encima de lo previsto en los estudios... y después, dejamos que la vida
siga su curso, esperando que la alegría nos sorprenda inesperadamente. Escuché
una vez a alguien que ante la pregunta del ¿cómo estás?, y con naturalidad
respondió: mal pero acostumbrado.
La alegría se la reconoce, se la experimenta, se la
sostiene y se la construye. No es fruto del azar ni de la conjunción de los
planetas.
La fuente de nuestra alegría debe brotar más hondo: surge
del fondo de serenidad que hay en el alma. El beato Pablo VI decía: la alegría
“es la posesión de un bien conocido y amado”. Quizás nos falta alegría porque
no buscamos con pasión y profundidad el verdadero bien.
Toda la liturgia de este domingo es una invitación a
la alegría y a la fiesta. El profeta Sofonías, preanuncia la restauración y
redención que Dios va a obrar con un “resto” desde el cual creará un pueblo nuevo. El consuelo en el
dolor es la compañía del Señor.
San Pablo, nos llama también a vivir gozosamente. Hay
una certeza: siempre y en cualquier momento, por difícil y doloroso que
sea, podemos mantener firmemente la confianza de que el Señor está con
nosotros y nos conduce hacia su Reino.
Lucas nos habla del testimonio de Juan Bautista. Al predicador de la conversión,sus oyentes le preguntan qué tienen que hacer antes que llegue el Señor. Juan sencillamente les dice: procuren vivir sin hacer concesiones al egoísmo, compartan con los demás los propios bienes, no sean corruptos, no opriman ni maltraten a nadie.
Superar el egoísmo es un trabajo constante. Pero sólo
es el primer paso. Las exigencias de Jesús van mucho más allá. Sean
misericordiosos como lo es el Padre.
Ante la venida del Señor que se acerca, todo
puede y debe cambiar. La esperanza que nos infunde la promesa de Dios es el
motor del cambio, es la fuerza para la conversión. Una fuerza que nos
permite hacernos cargo del presente; por más duro que sea, responsablemente
y con alegría,
La conversión siempre es hacia adelante; no consiste
en detenerse para llorar o lamentarse de lo que pasa. El que espera de verdad
no se pregunta qué es lo que ha hecho, sino:¿ qué es lo que debe hacer. No
se trata sólo de pensar, sino de ser y de hacer. La esperanza nacida de la fe
en Jesús no es sólo una cuestión de mirada, de ojos nuevos, sino también
de manos nuevas, de trabajo apasionado y eficaz en la construcción de la
humanidad renovada en el amor. La esperanza cristiana del futuro no puede
servir de coartada para evadirnos del presente y ser un somnífero eclesial, sino
el estímulo para actuar con empuje y decisión.
La justicia del Reino necesita que nuestra mente,
corazón y gestos estén invadidos por el Espíritu de Dios,que nos libera
de las ataduras del egoísmo y el acomodamiento, del miedo al cambio y nos
conduce con alegría a construir un futuro más humano. Porque el Señor está en medio de su pueblo y viene a
salvarnos por eso todo el Adviento habla de "alegre espera". La
venida del Señor es motivo de alegría, como lo es el encuentro de aquellos que
se aman.
El 8 de diciembre el Papa inició este Jubileo de la
misericordia. Y hoy abrimos la Puerta Santa en nuestra Diócesis Jubileo es alegría…
Cómo no estar alegres si somos convocados renovarnos en las fuentes mismas
de nuestra fe, en el encuentro con Jesús vivo que pone una delicada atención en
curar las heridas de su pueblo con el bálsamo del consuelo y la esperanza. Alegría
porque nadie ni nada puede detener su libertad amante para actuar con
misericordia.
Cómo no estar alegres si somos llamados a vivir el escándalo de Jesús que
ofrece el perdón de Dios de manera gratuita. Un Dios que se sienta a la mesa de
nuestras mediocridades y tibiezas sin ponernos la lupa de la ley, sino como
maestro de la misericordia que perdona a quién es capaz de amar y perdona mucho
más a quien se anima a amar mucho.
Cómo no estar alegres si somos
invitados a enamorarnos de sus gestos de misericordia que anuncian y
realizan la Buena Noticia de Dios: “para todos el Padre es misericordia y
perdón, no hay justos con derechos y pecadores excluidos”. Hay una mesa abierta
para todos, es la mesa acogedora del Padre de la misericordia.(Francisco)
Cómo no estar alegres si se nos ha confiado la gran herencia de Jesús:
“Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso” (Lucas 6, 36). Jesús no
tiene nada mejor que ofrecer a sus seguidores: La misericordia no es una ley
más. Es la gran herencia de Jesús. “La misericordia siempre será más grande que
cualquier pecado y nadie podrá poner un límite al amor de Dios que
perdona”.(Francisco)
Cómo no estar alegres si somos misericordeados- usando el neologismo del
Papa - para misericordear. El Dios que es plenitud del amor, llega nosotros con
un nombre: Misericordia. Misericordia para recibir y compartir.
El jubileo no es sólo para “salvar nuestra alma ni para anestesiar el corazón
con el cumplimiento legal de las obras de misericordia, sino para ofrecer
misericordia, dar misericordia, dejar que nuestro corazón se unja con la
misericordia y, que esta sea un don para todos.
Llamados como iglesia no simplemente a preocuparnos de arreglar las
cuentas con Dios, sino a hacer desaparecer todo lo que impide, oscurezca o
dificulte que todos puedan vivir el misterio de Dios como misericordia, perdón
o alivio del sufrimiento, a ser santos e irreprochables por el amor.
Llamados a trabajar para que su Iglesia sea, cada vez más, un espacio
sensible y comprometido ante todas las heridas físicas, morales y espirituales
de los hombres y mujeres de hoy. Será posible si su misericordia llega hasta lo
más hondo de cada uno, de nuestras estructuras y trabajos pastorales. Como
rezamos tantas veces” danos entrañas de misericordia ante toda miseria humana
para que tu iglesia sea un lugar de amor y de paz donde los hombres puedan
seguir esperando.
Adviento es invitación a la Alegría que no es superficialidad
de moño rojo y regalo caro, ni despreocupación, ni pasividad. Pero sí es la
convicción de que Dios nos ama, que estamos en sus manos, que Cristo
Jesús está presente en nuestras vidas y nunca abandona.
Jubileo de la misericordia es la invitación a la
alegría que brota del corazón que se sabe amado, perdonado, sanado
gratuitamente y que por eso la comparte. Es alegría que comienza en el instante
mismo en que suspendemos nuestro afán desmedido de búsqueda de la propia
felicidad para procurar, principalmente, la felicidad de las personas que nos
rodean;porque dela nuestra sabemos que se ha ocupado el Señor y de verdad.
Los discípulos no estamos en este mundo para ganarnos
el cielo, sino para que este mundo
sea más humano y más en sintonía con el sueño de Dios. Desentenderse del mundo es desentenderse de los
hombres, que son nuestros hermanos. Nuestra alegría no será auténtica, ni
cristiana, si pasamos de largo ante los que sufren y lloran, ante los que son
tratados injustamente, ante los marginados, ante los que padecen el
hambre y la violencia, buscando nuestro terrenito en el cielo.
Que nuestra petición de este día y de este tiempo de
Adviento sea especialmente pedir al Padre más alegría para todos y mayor
amor para cada uno de nosotros en nuestro servicio a todos.
Atravesemos la
Puerta Santa, para participar del misterio del amor de Dios. Abandonemos toda
forma de miedo y temor, porque no es propio de quien es amado; vivamos, más
bien, la alegría del encuentro con la gracia que lo transforma todo.
(Francisco)
13 de diciembre 2015
X Mons. Eduardo
H. García
Obispo de San Justo
0 comentarios:
Publicar un comentario